Pienso, luego ¿no existo?





                Es conocida la argumentación que hace Descartes en sus meditaciones acerca del pensamiento. Con el método de la “Duda metódica” llega a la conclusión que hay una cosa cierta: Si pienso es que existo. Y vemos que tiene razón, al menos en esta conclusión a la que llega. El pensamiento siempre ha sido la facultad más sublime del ser racional que es el hombre. Y un hombre que piensa es digno de toda consideración, y de escucharle cuando emite un juicio, aunque no lleve razón.
            Dicho esto debemos reconocer que para los enemigos de la libertad el pensamiento es un peligro. Los dictadores de toda la vida, y los regímenes socializante de pensamiento único, han intentado que el ciudadano piense lo menos posible, porque el pensamiento es peligroso. Un hombre que piensa es capaz de muchas cosas, y hay que evitarlo. Y ya desde los romanos, y hasta nuestros días, al pueblo hay que darle entretenimiento para que no tenga tiempo para pensar. El circo, las guerras, los pasatiempo, la diversión, el fútbol, los toros, la televisión, el ruido, la música, la velocidad, los artilugios electrónicos... Y ante esta perspectiva, el osado que se atreva a pensar está perdido, puede verse postergado al rincón de la ignorancia política o social, porque se escapa de la senda estrecha del pensamiento único elaborado por los pensadores oficiales.
            Y hay que reaccionar urgentemente contra esta corriente gregaria que pretende recluirnos a todos en esa mesnada del silencio de los corderos al servicio de un líder. Vivimos en un mundo superficial y frívolo. Nos quedamos en la corteza de las cosas y de los acontecimientos. Todo está pensado para que no pensemos. Buscamos formularios para salir del paso. Improvisamos. Nos da miedo el silencio. Enseguida lo llenamos de cosas, de juguetes para todas las edades. Nadie se escapa de esta epidemia. Nos cuesta la reflexión, la lectura pausada, el estudio, la meditación, la consideración espiritual... Tenemos la imaginación muy excitada, e invade todo nuestro interior de fantasmas.
            Hay que madurar para pensar, y al pensar seguimos madurando.  Y la madurez es fruto de un largo proceso, y a veces tarda en llegar. La adolescencia llega hoy hasta muy entrados en años. La personalidad del individuo está a merced del viento que sopla. Tal vez lleve razón en este sentido aquella expresión de Zapatero: La tierra es del viento. Pero del viento que provocan unos para movilizar a todos como su fueran marionetas.
            Los hombres debemos despertarnos del letargo en que nos encontramos. Dice Victor Frankl: El que ha educado a un niño, conoce ese momento en el que la persona se anuncia por primera vez; el que ha visto esto, conoce lo asombroso de ese primer momento, lo asombroso de la primera sonrisa del niño, cuando asoma algo que parece haber estado guardado (“El hombre doliente”, Herder, pág. 144. Citado por J.L. Lorda en “Humanismo. Los bienes invisibles”, Rialp).
            Este verano que ha terminado he sido testigo del gozo de unos padres al ver como su hija de un año, empezaba a dar sus primeros pasos sin que nadie le dijera nada. Con un andar dubitativo se dirigió gozosa a su padre, que era el que la ofrecía más seguridad. Y esto me hizo pensar que debemos caminar, aunque a veces nos caigamos, pero no tener miedo de ir por la vida siguiendo nuestros criterios, siempre arropados por los que me ofrecen la seguridad de la auténtica verdad. No caminar, no avanzar, no reflexionar es verse uno condenado a un infantilismo permanente. Y los hay en abundancia. A mi Tribunal Eclesiástico llegan muchos demandando la nulidad de su matrimonio por inmadurez afectiva y psicológica. Uno no se lo explica, pero muchos tienen razón. Andan jugando como niños sin pensar y buscar soluciones a los problemas, aunque sean intelectuales.
            Es muy saludable escuchar al que sabe más que yo. Como dice Lorda, el hombre se despierta, como la “Bella durmiente”,  con el beso de la palabra. La palabra, y sobre todo la Palabra de Dios debe llegar al fondo de nuestro ser y hacernos pensar para sacar las conclusiones oportunas. Si no piensas estás renunciando a la parte más noble de ser humano, que es la razón. Y si piensas, aunque algunos te tachen de la lista, llegarás a ser un hombre culto, de criterio, con un peso específico que te sacará de la manada, del silencio de los corderos,  para introducirte en la familia, biológica o espiritual, como comunidad de vida y amor. Y esta es la solución para un mundo enfermo de gravedad.
            Los políticos tienen mucho que hacer en este campo si quieren que su tarea sea dignamente considerada. Traigo aquí alguna de las palabras pronunciadas por Benedicto XVI recientemente en el Parlamento Alemán:  La política debe ser un compromiso por la justicia y crear así las condiciones básicas para la paz. Naturalmente, un político buscará el éxito, que de por sí le abre la posibilidad a la actividad política efectiva. Pero el éxito está subordinado al criterio de la justicia, a la voluntad de aplicar el derecho y a la comprensión del derecho. El éxito puede ser también una seducción y, de esta forma, abre la puerta a la desvirtuación del derecho, a la destrucción de la justicia. “Quita el derecho y, entonces, ¿qué distingue el Estado de una gran banda de bandidos?”, dijo en cierta ocasión San Agustín.
            Pues de momento no quiero añadir nada más. Piensa, y existirás, a pesar de algunos.
Juan García Inza

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