El sacerdote que contó su vocación al «Washington Post»: cuando surgió la idea fue «¡horrible!»

Padre Anthony.
El pasado 18 de julio, el padre Anthony celebró una de sus primeras misas en el cumpleaños de su abuela, que cumplía 98. Con un cristal por medio, por razones de seguridad ante el covid.

C.L. / ReL

Hace cuatro años, Anthony Ferguson confesó en una entrevista que él mismo no se habría creído el lugar en el que estaba entonces: el Theological College de la Universidad Católica en Brookland (cerca de Washington, D.C.), un lugar conocido como La Pequeña Roma por la gran variedad de congregaciones religiosas estadounidenses que forman allí a sus miembros.

Compartía entonces junto con otros ochenta compañeros los estudios preparatorios para el sacerdocio. No tenía el espectacular currículum académico de otro aspirante, el neurobiólogo Jaime Maldonado-Avilés, de 40 años, pero, como él, relató para el Washington Post su historia vocacional.
 
En 2014, cuando entró en el seminario, Ferguson trabajaba como diseñador gráfico en Richmond (Virginia) y salía con una chica con la intención de casarse y tener hijos. Había regresado a la fe después de haberla perdido durante un tiempo, pero la llamada de Dios había tardado en ser atendida. 

Ante los ateos, sin argumentos por un tiempo

Creció en una familia religiosa que acudía unida a misa los domingos, pero como su padre había sido educado en el protestantismo, su formación era cristiana genérica, más que católica específica. En cualquier caso, confiesa a Ellen McCarthy que las historias y personajes de la Biblia le atraían menos que los de El Señor de los Anillos.
 
Mientras estudiaba Bellas Artes en la Universidad de Richmond se apuntó a unos cursos de religión que ofrecían perspectivas alternativas sobre Dios, incluida la posibilidad de que no exista: “Para mí fue un gran choque. No concebía que se pudiese creer algo distinto, me sentía protegido. La Universidad supuso la experiencia de perder ese refugio”. Sin una formación sólida, no encontró argumentos con los que contrarrestar los argumentos ateos, así que los hizo suyos: “Pero seguía queriendo creer en Dios. Sí, quería creer”.
 
Esa búsqueda le llevó a unirse en el campus universitario a un grupo de estudio de la Biblia de corte evangélico, donde al cabo de un tiempo recuperó la fe: “Lo que empecé a ver en ese estudio de la Biblia es que si quería seguir a Jesús, tendría que cambiarlo todo”. 

Dios, trabajo, chicas...

Y lo hizo. Dejó de ir a fiestas y se alejó de amistades tóxicas que pudiesen resultan malas influencias, y concluyó sus estudios presentando un trabajo de gran tamaño en madera donde quiso reflejar sus inquietudes: “Llevé a mi arte todas esas luchas y preguntas sobre la espiritualidad y sobre Dios”.
 
Tras licenciarse, y viendo que vivir de su arte puro era imposible, encontró trabajo como diseñador gráfico y dejó la casa de sus padres. Para su sed espiritual empezó esta vez a alimentarse de C.S. Lewis y San Agustín, lo que afianzó el giro que empezaba a dar su vida.
 
“Fue una profundización de mi conversión, como abrir los ojos y decir: ‘Sí, aquí querría quedarme el resto de mi vida’. Mis preguntas comenzaban a recibir respuestas, tenía más confianza y rezaba más”. Se vinculó a un ministerio juvenil en la diócesis de Richmond junto a otros veinteañeros, al tiempo que buscaba “la chica adecuada”: “Quería casarme, ése era mi objetivo”. 

Sosteniendo la Cruz, primer compromiso

Pero una noche en la que estaba ganduleando en el ordenador, se le ocurrió pensar en el sacerdocio: “Salí de la pestaña de una página de citas y entré en una página vocacional. Me quemaba la curiosidad. Al principio fue horrible, ¡horrible!”.
 
Horrible y todo, la idea quedó ahí. Un sacerdote amigo suyo detectó su interés y en 2012 le invitó a colaborar en los oficios de Viernes Santo sosteniendo una gran Cruz para la veneración de los parroquianos: “Y allí, de pie, soportando el peso de esa Cruz que se inclinaba físicamente cuando los fieles la adoraban, me llené de amor hacia esas personas. Recuerdo estar ahí, en mitad de la iglesia, pensando: ‘Dios mío, si quieres que consagre mi vida a servir a estas personas, lo haré’”.

Besando la Cruz.

El rito de besar la Cruz en el Viernes Santo.
 
Aunque la decisión aún tardaría. Anthony no comentó a nadie sus elucubraciones. “Tenía unas subidas y bajadas enloquecidas. Un par de semanas me sentía realmente interesado en el sacerdocio. Las dos semanas siguientes me horrorizaba la idea. Era como pasar de la cima al valle”, recuerda. 

La bifurcación

Justo antes de las Navidades de 2013 empezó a salir con una antigua compañera y la relación parecía ir en serio: “Me encontré ante una bifurcación. Podía elegir una vida con una chica realmente estupenda o ingresar en el seminario. Sabía que tenía que decidirme, y que una vez tomada la decisión se me cerraba la otra vía”.
 
Un domingo en misa rezó pidiendo orientación… “Y la respuesta que encontré no fue una voz como la de Charlton Heston”, bromea, “pero sí una comprensión interior, delicada, silenciosa, en el alma misma, de que realmente no importaba qué escogiese, porque el Señor estaría en cualquier caso ahí”.
 
Esa certeza le facilitó considerar lo que realmente quería: “Cuando pensaba en ser sacerdote, sentía una cálida sensación de paz”. 

Lo que eres a los ojos de Dios

En enero de 2014 hizo su petición de ingreso en el seminario, y en agosto dio el gran paso: “Es sorprendente el tiempo que puedes dedicar en el seminario a examinarte. Yo lo describiría como una comprensión de lo que eres a los ojos de Dios”.

Aunque las dudas sobre si el sacerdocio le hará realmente feliz no se habían disipado del todo cuando hizo la entrevista, y echaba de menos poder ver a su familia con mayor frecuencia, la perspectiva del ministerio sacerdotal era el mejor acicate. La ilusión por ofrecer la misa en el altar, asistir a los enfermos en los hospitales o utilizar su arte para hablar de Dios a los niños despejaban todos los interrogantes: “Basta con pasar de esos interrogantes y dejar que Dios haga su trabajo”, dijo.

Anthony Ferguson

Anthony Ferguston, junto a sus padres y el obispo de Richmond, Barry Knestout, tras ser ordenado sacerdote.

Y así llegó el gran día de la ordenación, el verano de 2020, que se vio alterado por la pandemia. De hecho su abuela no pudo estar, pero él acudió a celebrar para ella una de sus primeras misas, en la terraza de la residencia donde vive. Era su 98º cumpleaños. "¡Dios es tan bueno!", agradeció Ferguson por poder impartirle la bendición.

Artículo publicado en ReL el 10 de abril de 2017 y actualizado el 17 de enero de 2021 para recoger la ordenación de Ferguson.

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