Primeras Comuniones, luces y sombras

Estamos en plena temporada de las primeras Comuniones. Miles de niños se acercan hoy ilusionados al Altar de Dios para recibir a Jesús. Después de un tiempo prolongado de catequesis, los niños, en su mayoría, se convierten en protagonistas de una fiesta tradicional que ocurre normalmente en primavera. Y este día la familia se vuelca generosa para que al niño/a no le falte de nada: traje, vestido, fiesta, regalos, etc. Pero puede ocurrir, y no es extraño que suceda, que el menos homenajeado sea Jesucristo.

            Durante mis largos años de párroco he acompañado a cientos de niños y niñas al Altar, y le he dado lo que buscaban ellos y sus familias: el Cuerpo de Cristo. Todo sale bonito, un sinfín da cámaras, y más aún de móviles, quieren inmortalizar el momento. Pero siempre me ha quedado a mí un cierto sabor a poco, una desilusión disimulada. Y me he preguntado: ¿Dónde está el Señor? Los padres y familia se “comen” con los ojos a la criatura vestida de blanco, que está desbordada por el acontecimiento. Todos distraídos con una bonita fiesta en la que muchos no saben realmente lo que se celebra. Hay distracción, emoción, incluso lágrimas, pero pocos piensan en el Señor. “Dejad que los niños se acerquen a Mí”. Y se acercan a El que está sobre el Altar. Y, ¿para qué? ¿Qué va a resultar de ese encuentro? ¿Va a cambiar algo en la familia?

            Falta mucha fe, hay poca formación, hemos convertido la religión en una fiesta sin amor. Para muchos la primera Comunión es una explosión de sentimentalismo, de emociones, de exhibición de mi vanidad. “Mi niño/a es el mejor, con el traje mas caro, el peinado mas vistoso, la foto mas perfecta… como mi niño/a no hay ninguno…

            Y cuando llega el momento clave de la Comunión, el niño/a suele estar distraído porque el fotógrafo le ha dicho que mire a la cámara. Y no ha faltado la señora que en ese momento ha subido espontanea al altar para ponerse junto a su ahijado que está un poco desconcertado. Y el sacerdote sufriendo.

            En mis cincuenta años de párroco he visto de todo. Pero también he disfrutado con el niño/a que devotamente a recibido a Jesús y se ha puesto a rezar. Casos aislados, pero son los que pudieron responder a la invitación de Jesús. “Dejad que los niños se acerquen a Mí, no se lo impidáis”.



            Viene bien recordar estas palabras del Papa Francisco en una celebración masiva de primeras Comuniones:     Es verdad: Jesús ha hecho un gesto de amor inmenso para salvar a la humanidad de todos los tiempos. Estuvo en la tumba tres días, pero nosotros sabemos —nos lo aseguran los apóstoles y otros muchos testigos que lo han visto vivo— que Dios, su Padre y nuestro Padre, lo resucitó. Y ahora Jesús está vivo y está aquí con nosotros, por eso hoy lo podemos encontrar en la Eucaristía. No lo vemos con estos ojos, pero lo vemos con los ojos de la fe.

Os veo aquí vestidos con las túnicas blancas: es un signo importante y hermoso. Porque estáis vestidos de fiesta. La Primera Comunión es ante todo una fiesta en la que celebramos que Jesús quiso quedarse siempre a nuestro lado y que nunca se separará de nosotros. Una fiesta que ha sido posible gracias a nuestros padres, nuestros abuelos, nuestras familias y a las comunidades que nos han ayudado a crecer en la fe.

            ¡Qué bonito sería que esos niños, pasada la fiesta volvieran a la iglesia cada domingo para hablar con Jesús! Eso ya depende de los padres que no se conforman con el traje bonito o la foto de figurín.

            Nos gustaría a los sacerdotes seguir celebrando esas bonitas Misas con niños que participan, y esos padres que los acompañan. Si no es así, ¿de qué ha servido la Primera Comunión?

            Papás, hay que recibir a Jesús con el alma limpia, habiendo confesado, y con el firme propósito de seguir haciéndolo cada domingo. Esa es la verdadera Religión. Y del encuentro con Jesús al encuentro con los hermanos, a vivir la caridad.

            Hay que podar la práctica religiosa de todo aquello que no la deja crecer y dar frutos hermosos. Es cuestión de fe y sinceridad, se trata de tener con Dios una relación de amor sincero.

            Si camináramos con esta intención iremos bien, y la primera Comunión irá seguida de otras muchas Comuniones recibidas con el corazón enamorado y agradecido.

Juan García Inza

 

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