La primera matanza de frailes de la Historia de España «se tramó en las logias masónicas»


Reunión de conspiradores liberales en una logia masónica, en una escena de la serie «Memoria de España» (2004) de RTVE.
Reunión de conspiradores liberales en una logia masónica, en una escena de la serie «Memoria de España» (2004) de RTVE.




Los primeros momentos verdaderamente importantes en la descristianización de España suceden en dos fechas muy definidas, 1767 y 1814,  y con un actor común: la masonería. Es uno de los datos que ofrece el historiador Alberto Bárcena en su obra en dos volúmenes La pérdida de España.
Alberto Bárcena es profesor en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Comunicación de la Universidad CEU San Pablo.
-La “pérdida de España” ¿tiene que ver con su descristianización?
-De forma directísima y muy principal. La pérdida de España es la pérdida de la unidad católica de la nación española. Cuanto más se ha ahondado en esa destrucción de la unidad católica, más fondo hemos tocado en nuestra pérdida de identidad.
-¿Cuándo empieza ese proceso?
-Tiene una fecha clarísima. Durante el siglo XVIII, la Ilustración de origen francés o inglés se extiende por Europa. Es una ideología anticatólica que cuenta con la colaboración inestimable de la masonería, que se desarrolla en paralelo con la Ilustración.
-¿Cómo llega a España?
-Aquí no tenemos una gran floración del pensamiento ilustrado. La Ilustración española es una Ilustración de políticos y tecnócratas que tratan de racionalizar y sacar el máximo partido de los recursos de España: construcción naval, vínculo con América, mejora de la economía... No arraigan las ideas de Francia, que son o ateas o agnósticas, las ideas anticristianas que presiden la Enciclopedia. Eso en España no lo hay.
-¿Qué lo evita?
-En España la raíz católica era mucho más fuerte que en ningún otro sitio, la fe estaba muy arraigada y el espíritu misional en el siglo XVIII aún era muy fuerte. Lo que sí podemos encontrar aquí es lo que llamaban entonces “ministros impíos”, como Manuel de Roda, que es quien dirigió la operación contra los jesuitas en primera persona, o el Conde de Floridablanca.
-¿Por qué "impíos"?
-España, que había expulsado a los jesuitas en 1767, participó en 1773 como protagonista en un complot internacional sin ser Carlos III consciente de lo que había en juego: la disolución de la Compañía de Jesús. Fue una trampa muy bien urdida fuera de España.
-¿Cómo es que el Rey cayó en ella?
-Un Rey piadosísimo como Carlos III, que tanto luchó para que fuese definido el dogma de la Inmaculada –aunque no llegase a verlo–, entra en este asunto porque le convencen de que los jesuitas son enemigos de la Corona. Y en la conspiración, de forma muy ciega, entran el resto de órdenes religiosas, también las afincadas en España. Incluso el obispo del Burgo de Osma, que era confesor real, aconsejaba la disolución. La presión que realizó España ante el Papa para que disolviera la compañía fue terrible.
-¿Hasta dónde llegó?
-Floridablanca se empleó a fondo. Se fue a Roma para presionar, como tantos otros embajadores, hasta lograrlo.
-De ahí lo de "impíos"...
-La disolución de la Compañía de Jesús es una gran victoria ilustrada que afecta a España de modo muy especial. Los jesuitas seguían siendo “el ejército del Papa” por su defensa del Sumo Pontífice y por la excelencia que habían alcanzado en cuestiones como la enseñanza o la labor misional.
-¿Por eso lo señala como primer hito descristianizador?
-Es el primer aldabonazo de que algo está cambiando muy gravemente. España seguía siendo tan católica como lo era antes, pero fue un primer aviso.
-¿Cuándo fue el segundo?
-Otro gran paso hacia la descristianización y hacia la pérdida de la identidad católica de España se va a dar cuando acaba la Guerra de Independencia.
-Sí, dice usted en La pérdida de España que las dos Españas nacen en 1814...
-No cabe duda que España se levantó por su soberanía, por su independencia, pero también en defensa del Antiguo Régimen, del trono y del altar. La Guerra de la Independencia se interpretó aquí en España en clave de Cruzada. Las tropas de la Revolución entraron saqueando conventos, arrasando el patrimonio de la Iglesia, encarcelando curas cuando se ponían en su contra... En 1809 mataron al obispo de Coria, Juan Álvarez de Castro.
-¿Por qué entonces la fecha de 1814, y no la de 1808, con el Dos de Mayo, o 1812, con la Constitución de Cádiz?
-Porque, si bien la guerra en buena medida es una Cruzada y la Iglesia ve la causa de la independencia como algo propio, hasta esa fecha la causa de España sigue siendo la de la Iglesia. Esto lo entendía el pueblo perfectamente.
-¿Y qué cambia entonces?
-¿Qué cambia en 1814? Que, curiosamente, muchos de estos españoles que habían luchado contra Napoleón caen prisioneros en Francia y cuando vuelven a España traen consigo las ideas liberales, la de la Revolución, que eran las que tenían los soldados franceses que ellos habían combatido. El liberalismo en España entra por el Ejército.
-¿Logra dividirlo?
-Sí, esa ruptura es una clave interesantísima de nuestra historia. Muchos militares de origen guerrillero, cuya contribución no se podía ignorar van a ser asimilados en el Ejército de nobles del Antiguo Régimen. Y se convierten en conspiradores contra el absolutismo, como el propio Francisco Espoz y Mina. Durante su primer sexenio (1814-1820), Fernando VII sufre prácticamente una conspiración al año.
-Dejó de ser "el Deseado"...
-Al menos, para la ideología liberal, porque él, en plena sintonía con la Europa de la Restauración definida en Viena en 1814 mediante los principios de legitimidad e intervención, se ha negado a aceptar la Constitución de 1812. Fernando VII aparece para los liberales como la bestia negra, pues es quien frena el proceso revolucionario que ya estaba en marcha en España.
-¿Cómo se había puesto en marcha?
-De dos formas. Por un lado, está José Bonaparte, que es un rey que viene ya con la Constitución debajo del brazo -que no se aplicó realmente nunca porque él no controlaba el terreno-, que trae una monarquía liberal y que inicia una desamortización muy clara y una persecución religiosa de la que no se habla nunca. Y por otro lado, las Cortes de Cádiz estaban de acuerdo con eso. Estaban en contra de los invasores, sí, pero haciendo una revolución política con una Constitución calcada de la de 1791 de la Revolución Francesa, una monarquía parlamentaria. Los decretos de Cádiz ya son revolucionarios y ya contemplan una desamortización a mayor escala de los bienes eclesiásticos. Eran enemigos de José Bonaparte, pero estaban en su línea.
-¿Tiene algo que ver en ello la masonería?
-Aquí es un componente minoritario, pero importante y con un papel decisivo en la trayectoria de las Cortes de Cádiz, con personajes como Agustín Argüelles o Diego Muñoz-Torrero, que luego van a ir todos a la cárcel cuando venga Fernando VII. Al concluir la guerra en 1814, ya tenemos dos Españas. La liberal es minoritaria (oficiales de mayor o menor rango, y no todos, es un Ejército partido en dos), hasta que en 1820 dan el golpe de Estado con el pronunciamiento de Las Cabezas de San Juan (Sevilla), que ya es una revolución, con el pronunciamiento de Riego. Gracias a la revolución, Rafael del Riego promociona de teniente coronel a general, y dentro de la masonería se convierte en Gran Maestre del Gran Oriente de España. Esa parte permanece siempre invisible, pero está ahí, y muy documentada. La colaboración de las logias de Hispanoamérica y de América del Norte con las de Cádiz es un dato fundamental para entender  cómo finalmente Riego triunfa. El golpe es enero y en marzo consigue entrar en Madrid. Establecen el régimen liberal, porque se lo imponen a Fernando VII y firma la Constitución. Una enorme persecución religiosa se desata de inmediato.
-¿En qué consistió?
-Durante el Trienio vuelven a expulsar a la Compañía de Jesús, que había sido restaurada por Pío VII justo después de Napoleón. Suprimen todos los monasterios de España, 290, se salvan 8 por razones históricas, como El Escorial, por ejemplo. De los conventos, suprimen 1701, la mitad de los que había. Aparte de eso destierran a ocho obispos, expulsan de España al nuncio apostólico y de paso asesinan al obispo de Vich, Ramón Strauch y Vidal, por realista.
-¿Qué hizo el pueblo católico?
-Estalla una guerra civil, se levanta el pueblo español representado en las guerrillas, el mismo fenómeno de la Guerra de Independencia, a favor del Rey y de la Iglesia: los Voluntarios Realistas. Cuando en 1823 vienen los Cien Mil Hijos de San Luis a lo contrario que los otros franceses (a restaurar el Antiguo Régimen después del Trienio Liberal), son recibidos clamorosamente, incluso en Zaragoza, la ciudad de los sitios. ¿Qué ocurría? Que el pueblo español sigue siendo en su inmensa mayoría católico de gran hondura en su fe, y esta vez los franceses son recibidos como aliados y no van a tener ninguna oposición popular. Y viene mandándolos un Borbón, el Duque de Angulema, primo de Fernando VII. Franceses son setenta y tantos mil, el resto hasta cien mil son voluntarios españoles. En un paseo militar llegan hasta Madrid y rescatan al Rey en Cádiz, donde lo habían llevado.
-Concluye el Trienio Liberal y Fernando VII reina una década antes de morir...
-Ya desde antes de su muerte se ve llegar un cambio importante. Muere en 1833, y en 1834 tiene lugar la primera matanza de frailes de la historia de España, el 17 de julio en Madrid.
-¿Cómo sucedió?
-Grupos perfectamente organizados empiezan a matar frailes, empezando por los jesuitas, que habían vuelto otra vez. En la calle de Toledo, en la colegiata de San Isidro matan a 16 de formas atroces. Luego esos mismos grupos van a mercedarios, dominicos, capuchinos y finalmente acaban con los franciscanos de San Francisco el Grande, donde eliminan a casi toda la comunidad: eran cincuenta frailes, lograron escaparse dos.
-¿Qué hicieron las autoridades?
-El gobernador militar, José Martínez de San Martín, contempla el espectáculo a caballo, algunos soldados colaboran en el saqueo. Dura de doce del medio día hasta las diez de la noche sin la menor reacción militar. Detrás estaba el gobierno. Lo dice el personaje que lo preside, Francisco Martínez de la Rosa, uno de los padres de la constitución de 1812 y masón de grado 33. Según recoge Marcelino Menéndez Pelayo en la Historia de los heterodoxos españoles, en su lecho de muerte admitió que “aquello de los frailes se tramó en ellas [en las logias]”. Yo no le hago responsable de la matanza, pero en parte es cómplice. Y no se depuraron responsabilidades, no se castigó a los asesinos. Ya en 1834 tenemos el espectáculo alucinante de una matanza de frailes en la capital de España que queda impune...
-Y entonces llega la Desamortización…
-En 1836 llega al poder Juan Álvarez Mendizábal, otro calificado masón, que había estado implicado entre bastidores en el golpe de las Cabezas de San Juan. Quedan suprimidas todas las órdenes de varones y todos sus bienes nacionalizados. Pusieron en la calle a 24.000 frailes, sin indemnización y sin nada. Los más jóvenes se buscaron la vida como pudieron, los mayores se vieron en situaciones muy apuradas. Vivieron una autentica penuria. El gobernador civil de Madrid, Salustiano Olózaga, masón, ordena la demolición en Madrid de 17 conventos, entre otros, el de las concepcionistas franciscanas, en la calle Caballero de Gracia, de donde él mismo había secuestrado a la famosa Monja de las Llagas, Sor Patrocinio.
-¿Cuál fue el objetivo de la Desamortización?
-A la Iglesia, como a cualquier organización, si la dejas en la indigencia, no puede realizar su función. Y para ellos era vital que dejaran, lo primero, de enseñar. La enseñanza, como denuncia León XIII en su condena de la masonería Humanum Genus, ha sido siempre su fijación: quitarle la enseñanza a los religiosos. Además, la influencia enorme que había tenido el clero regular en pueblos y ciudades de España desapareció.
-¿Quién se benefició de todo ello?
-Estos políticos y sus socios, españoles y extranjeros. Todo ese patrimonio se dilapidó, pero no arregló ninguna situación de quiebra del Estado ni crisis económica. Lo mires por donde lo mires, la desamortización de Mendizábal fue una catástrofe. Eso, sin hablar del enorme daño espiritual que causa al pueblo español, estupefacto, porque ha vivido íntimamente unido a la Iglesia, que formaba parte de su vida normal y de su paisaje y de pronto se ven convertidos en delincuentes.
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