La Iglesia del siglo XXI
No cabe duda
de que la Iglesia está experimentando una metamorfosis en busca de la genuina
“criatura”, que un día vio la luz en el Corazón de Cristo, y el Espíritu Santo
puso en marcha. Cuando uno lee el NT, y sobre todo los Hechos de los Apóstoles
y las Cartas de San Pablo, te queda en el alma una sensación gozosa de estreno.
Una Iglesia joven, en un mundo convulso y hostil, que se va abriendo camino con
la fe, la esperanza y el amor fraterno. Con el paso del tiempo, y casi sin
poder evitarlo, a la barca de Pedro, como ocurre en todos los barcos, se van
adhiriendo parásitos que afean la imagen, corroen el casco, y ralentizan la
marcha. Ahí está la historia para dar fe del fenómeno hasta nuestros días. Es ley de vida para todos los organismos
creados que pululan en el devenir de la historia.
Dostoievski
dice acertadamente: El secreto de la existencia humana está no sólo en
vivir, sino también en saber para que se vive. La Iglesia fundada por
Cristo no basta con que sepa que vive, sino para qué vive. Cual fue la
intención del Señor al poner en marcha este nuevo Pueblo de Dios. Y constatamos
que muchos católicos no tienen una idea clara de la Iglesia, se quedan con la
organización. Y la misma Iglesia en su organización, con frecuencia pierde el
norte, y se deja llevar por el viento que sopla. Y nos encontramos que, entre
unos y otros, la barca va perdiendo pasajeros, incluso tripulación. Nos puede
parecer esta una visión negativa de la Iglesia, pero yo diría más bien que
real. Lo tenemos que reconocer con toda humildad.
Estamos poco
a poco recuperando la imagen de la Iglesia que estaba escondida tras la pobre
pátina que la historia ha ido abocando sin escrúpulos sobre ella. El Papa
Benedicto XVI nos ha dejado un análisis crudo de la historia de una Iglesia que
camina irremisiblemente hacia una renovación total en sus aspectos accesorios. Buscamos
una Iglesia auténtica, no un sucedáneo para quedar bien ante las ideologías: ¿Qué
significa esto…? Significa que las grandes palabras de quienes nos profetizan
una Iglesia sin Dios y sin fe son palabras vanas. No necesitamos una Iglesia
que celebre el culto de la acción en “oraciones” políticas. Es completamente
superflua y por eso desparecerá por sí misma. Permanecerá la Iglesia de
Jesucristo, la Iglesia que cree en el Dios que se ha hecho ser humano y que nos
promete la vida más allá de la muerte. De la misma manera el sacerdote que solo
sea un funcionario social puede ser reemplazado por psicoterapeutas y otros
especialistas. Pero seguirá siendo aun necesario el sacerdote que no es especialista,
que no se queda al margen cuando, en el ejercicio de su ministerio, aconseja,
sino que, en nombre de Dios, se pone a disposición de los demás y se entrega a
ellos en sus tristezas, sus alegrías, su esperanza y su angustia…
También en
esta ocasión, en la crisis de hoy seguirá mañana una Iglesia que habrá perdido
mucho. Se hará más pequeña, tendrá que empezar todo desde el principio. Ya no
podrá llenar muchos de los edificios construidos en una coyuntura más
favorable… (
Benedicto XVI, “Fe y futuro”, págs. 104 y ss.).
Benedicto
XVI continúa describiendo pormenorizadamente la Iglesia del futuro, del hoy ya
presente, pero lo veremos en el siguiente capítulo. Considero que la crisis de
la pandemia, ha sido una experiencia de lo que la Iglesia va a ser a partir de
ahora: la Iglesia de la familia, de la oración, de los pequeños grupos o
comunidades, la Iglesia de la humildad de medios, y la ausencia de los que
buscaban solo el folclore y manoseaban lo sagrado en provecho propio.
Autenticidad sería la palabra clave. Comunidades presididas por el amor y el
servicio mutuo. La masa de “creyentes” va pasando a la historia. Los realmente
creyentes no buscan la masa, el ruido y las emociones, sino el amor a Dios y al
hermano. La auténtica familia de los hijos de Dios.
Juan García Inza
Juan.garciainza@gmail.com
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