El concepto cristiano de persona
I. EL CONCEPTO DE PERSONA
1. La nueva antropovisión del cristianismo
El cristianismo trajo consigo una nueva cosmovisión: se concibe de nuevo modo lo que es el ser humano, A Dios y el mundo. La propia persona se concibe como digna, como radicalmente distinta a las cosas, a los demás como prójimos, como hermanos, al mundo como creación amorosa y a Dios como Padre. Uno de los principales hitos de la aportación cristiana a la antropología consiste, por un lado, en una nueva concepción del ser humano, que será concebido como persona. De ahí que mejor que hablar de humanismo cristiano habría que hablar de personalismo. En segundo lugar, surge como tal el concepto de persona en el contexto de la teología. Teología y antropología cristiana son inseparables. Sin este referente cristiano fontanal, el concepto de persona no se entendería (y no se ha entendido), como lo prueba una modernidad que ha reducido el estudio de la persona a mera egología y la posmodernidad que aboga por una disolución de lo personal. De hecho, creemos que no ha habido especulación sobre el concepto de persona fuera del contexto judeo-cristiano (con la excepción de la filosofía árabe en Al-Ándalus).En este artículo, nosotros nos situaremos en la descripción fenomenológica de quién es la persona y ponderaremos los datos que, sobre la persona, ofrece la cosmovisión cristiana, pero situados siempre en una perspectiva filosófica (que, evidentemente, tiene como telón de fondo, la aportación de la teología). Además, iremos mostrando como la propuesta antropológica amigoniana coincide y apunta en el mismo sentido.
1.1. Dignidad de la persona La cosmovisión judeo-cristiana aporta la idea, razonable pero no estrictamente racional, de la creación del hombre como Imago Dei, como creación a su imagen y semejanza. El hecho de ser creado por Dios es lo que le confiere una radical dignidad. Su realidad ya no es meramente natural sino sobre-natural. Y ser creado en dos sentidos: ser llamado a la existencia y ser llamado a ser 'esta persona concreta'. Desde este momento la persona ya no será una 'cosa' más, un qué, sino un quién. Es la clave que marca la diferencia entre el ámbito de lo impersonal y el ámbito de lo personal. Reiteradamente Luis Amigó se refiere en sus obras a este hecho capital de la persona como Imago Dei, que se traduce en su capacidad para el amor: “El amor: ved aquí el móvil que impulsa al hombre en todos sus actos (…) porque parar amar fue creado y el amor es la función necesaria de su corazón, que no puede vivir sin amar. Porque Dios, que le hizo imagen viva de su hermosura y perfecciones (...) quiso que participase de su misma vida”1. Por otra parte, todo lo creado está orientado al servicio del ser humano. Así lo declara Santo Tomás en la Summa contra Gentiles al afirmar que “lo que tiene dominio sobre su acto, es libre al actuar. Y libre es aquel que es causa de sí mismo (...) Luego toda otra creatura está sujeta a servidumbre y sólo es libre la naturaleza intelectual. (...) Entre todas las partes del universo, las más nobles son las creaturas intelectuales, porque más se acercan a la semejanza divina. Luego la divina providencia tiene cuidado de los seres intelectuales por sí mismos, y de los demás en función de los intelectuales” 2. Y, del mismo modo, Luis Amigó al afirmar que “estas criaturas, después de la gloria de Dios, no tenían más misión que el servicio del hombre, por lo que termina éste en este mundo”3.
I. EL CONCEPTO DE PERSONA
1. La nueva antropovisión del cristianismo
El cristianismo trajo consigo una nueva cosmovisión: se concibe de nuevo modo lo que es el ser humano, A Dios y el mundo. La propia persona se concibe como digna, como radicalmente distinta a las cosas, a los demás como prójimos, como hermanos, al mundo como creación amorosa y a Dios como Padre. Uno de los principales hitos de la aportación cristiana a la antropología consiste, por un lado, en una nueva concepción del ser humano, que será concebido como persona. De ahí que mejor que hablar de humanismo cristiano habría que hablar de personalismo. En segundo lugar, surge como tal el concepto de persona en el contexto de la teología. Teología y antropología cristiana son inseparables. Sin este referente cristiano fontanal, el concepto de persona no se entendería (y no se ha entendido), como lo prueba una modernidad que ha reducido el estudio de la persona a mera egología y la posmodernidad que aboga por una disolución de lo personal. De hecho, creemos que no ha habido especulación sobre el concepto de persona fuera del contexto judeo-cristiano (con la excepción de la filosofía árabe en Al-Ándalus).En este artículo, nosotros nos situaremos en la descripción fenomenológica de quién es la persona y ponderaremos los datos que, sobre la persona, ofrece la cosmovisión cristiana, pero situados siempre en una perspectiva filosófica (que, evidentemente, tiene como telón de fondo, la aportación de la teología). Además, iremos mostrando como la propuesta antropológica amigoniana coincide y apunta en el mismo sentido.
1.1. Dignidad de la persona La cosmovisión judeo-cristiana aporta la idea, razonable pero no estrictamente racional, de la creación del hombre como Imago Dei, como creación a su imagen y semejanza. El hecho de ser creado por Dios es lo que le confiere una radical dignidad. Su realidad ya no es meramente natural sino sobre-natural. Y ser creado en dos sentidos: ser llamado a la existencia y ser llamado a ser 'esta persona concreta'. Desde este momento la persona ya no será una 'cosa' más, un qué, sino un quién. Es la clave que marca la diferencia entre el ámbito de lo impersonal y el ámbito de lo personal. Reiteradamente Luis Amigó se refiere en sus obras a este hecho capital de la persona como Imago Dei, que se traduce en su capacidad para el amor: “El amor: ved aquí el móvil que impulsa al hombre en todos sus actos (…) porque parar amar fue creado y el amor es la función necesaria de su corazón, que no puede vivir sin amar. Porque Dios, que le hizo imagen viva de su hermosura y perfecciones (...) quiso que participase de su misma vida”1. Por otra parte, todo lo creado está orientado al servicio del ser humano. Así lo declara Santo Tomás en la Summa contra Gentiles al afirmar que “lo que tiene dominio sobre su acto, es libre al actuar. Y libre es aquel que es causa de sí mismo (...) Luego toda otra creatura está sujeta a servidumbre y sólo es libre la naturaleza intelectual. (...) Entre todas las partes del universo, las más nobles son las creaturas intelectuales, porque más se acercan a la semejanza divina. Luego la divina providencia tiene cuidado de los seres intelectuales por sí mismos, y de los demás en función de los intelectuales” 2. Y, del mismo modo, Luis Amigó al afirmar que “estas criaturas, después de la gloria de Dios, no tenían más misión que el servicio del hombre, por lo que termina éste en este mundo”3.
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