El hombre en busca de destino
Estoy releyendo este libro que siempre me impresiona por el realismo con que
describe su autor lo horrores de los campos de concentración nazis. Recordemos al
autor.
Viktor Frankl (1905-1997) es uno de los referentes más destacados de la
psicología del siglo XX. Doctorado en Medicina y Filosofía por la Universidad de
Viena, fundó la logoterapia, también denominada Tercera Escuela Vienesa de
Psicoterapia. En 1942, en pleno apogeo de los nazis, él y su familia fueron
hechos prisioneros e internados en los campos de concentración. Fue
precisamente esta experiencia la que lo llevaría a confirmar vivencialmente su
teoría psicológica (desarrollada en las décadas anteriores) basada en el
sentido de la vida y con raíces existencialistas. Tras sobrevivir al Holocausto,
fue profesor de Neurología y Psiquiatría en la Universidad de Viena y obtuvo la
cátedra de Logoterapia en la Universidad Internacional de San Diego,
California. Impartió conferencias en universidades de todo el mundo y 29 de
ellas le otorgaron el título de doctor honoris causa. Galardonado con
numerosos premios, entre ellos el Oskar Pfister Award de la American
Psychiatric Association, fue miembro de honor de la Academia Austriaca de las
Ciencias.
Este genio de la psicología y psiquiatría fue objeto de las más atroces y
vergonzosas vejaciones que uno pueda imaginar. Hemos visto muchas películas
y reportajes del Holocausto, pero no se puede comparar con la descripción
pormenorizada que nos hace Frankl en su libro.
A medida que iba pasando páginas me venía a la mente un pensamiento:
¿Cómo es posible que en pleno siglo XX pueda ocurrir esta barbarie. Y no en
un país tercermundista, de poco nivel intelectual. Nada menos que en una
Alemania, cuna de grandes intelectuales que han modelado la mente de medio
mundo. Pero está claro que el corazón y la mente del ser humano es capaz de
llegar a la locura por la prepotencia y la soberbia.
Las guerras son inhumanas, y se busca el exterminio del enemigo. Pero
en el Holocausto, en un campo sin frente enemigo, donde no te puedes defender, es demencial que se persiga el aniquilamiento sistemático, estudiado, premeditado de alguien que no es algo, que es un ser humano como el resto. No tiene explicación.
Copio este párrafo muy ilustrativo del libro que publicó Viktor Frankl contando su dramática aventura:
Los que estuvimos en campos de concentración recordamos a los hombres que iban de barracón en barracón consolando a los demás, dándoles el último trozo de
pan que les quedaba. Puede que fueran pocos en número, pero ofrecían pruebas suficientes de que alhombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas —la elección de la actitud personal ante un conjunto
de circunstancias— para decidir su propio camino.
Y allí, siempre había ocasiones para elegir. A diario, a todas horas, se
ofrecía la oportunidad de tomar una decisión, decisión que determinaba si
uno se sometería o no a las fuerzas que amenazaban con arrebatarle su
yo más íntimo, la libertad interna; que determinaban si uno iba o no iba a
ser el juguete de las circunstancias, renunciando a la libertad y a la
dignidad, para dejarse moldear hasta convertirse en un recluso típico.
Visto desde este ángulo, las reacciones mentales de los internados en un
campo de concentración deben parecemos la simple expresión de
determinadas condiciones físicas y sociológicas. Aun cuando condiciones
tales como la falta de sueño, la alimentación insuficiente y las diversas
tensiones mentales pueden llevar a creer que los reclusos se veían
obligados a reaccionar de cierto modo, en un análisis último se hace
patente que el tipo de persona en que se convertía un prisionero era el
resultado de una decisión íntima y no únicamente producto de la
influencia del campo. Fundamentalmente, pues, cualquier hombre podía,
incluso bajo tales circunstancias, decidir lo que sería de él —mental y
espiritualmente—, pues aún en un campo de concentración puede
conservar su dignidad humana. Dostoyevski dijo en una ocasión: Sólo
temo una cosa: no ser digno de mis sufrimientos; y estas palabras
retornaban una y otra vez a mi mente cuando conocí a aquellos mártires
cuya conducta en el campo, cuyo sufrimiento y muerte, testimoniaban el
hecho de que la libertad íntima nunca se pierde. Puede decirse que fueron
dignos de sus sufrimientos y la forma en que los soportaron fue un logro
interior genuino. Es esta libertad espiritual, que no se nos puede arrebatar, lo que hace que la vida tenga sentido y propósito.
Viktor Frankl fue un hombre que siempre buscó el sentido de su vida. En los tiempos de mayor silencio intentaba “hablar” imaginativamente con su mujer, a la que adoraba. También imaginativamente daba conferencias y pensaba en sus libros. Y de esa manera iba superando el tedio que le producía un ambiente inhumano, infernal.
Luis Romera Oñate, en la presentación de su libro “Existencia y búsqueda de sentido”, afirma: …abordar preguntas que conciernen la comprensión de quiénes somos, y plantean la orientación de la existencia en cuanto tal -sin limitarse a unas de las dimensiones- conlleva un ejercicio intelectual que configura la identidad del pensador y le conduce a dialogar con los demás y la sociedad de una manera peculiar: retomando las cuestiones en la que, lo que está en juego, es la existencia de cada uno, en su totalidad… todo ser humano, antes o después, acaba por situarse ante sí mismo y plantearse la pregunta por su identidad y el sentido de la vida (Pág. 9)
Este es el caso de Viktor F. En medio de un infierno buscó y encontró el sentido de su vida. Un buen modelo a seguir en estos tiempos de confusión intelectual y espiritual, de vacío existencial.
Juan García Inza
Juan.garciainza@gmail.com
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