SER MADRE




Se lo leí a una hija ya mujer: Cuando tenía quince años creía que una buena madre era la que todo lo consentía. A los cuarenta agradezco a la mía que me enseñara a luchar. A los cuarenta y dos sé que las cosas resultarían más difíciles de no haber contado siempre con su amor incondicional de madre y abuela, sin las broncas que de vez en cuando me echa, los abrazos con los que prodiga consuelo y las comilonas con las que nos obsequia. Además, también tengo que agradecerle que me diera unos hermanos con los que me divierto y en los que puedo confiar.
De jóvenes nos creemos que volamos muy alto, pero en realidad nunca dejamos de dar vueltas alrededor del nido, y a medida que nos hacemos viejos paramos cada vez más en él.
Hoy mi madre irá a buscar a la suya mientras yo meto prisa a mis hijos para que se duchen y se vistan. Nos juntaremos cuatro generaciones alrededor de la mesa de la abuela. La bisabuela hace tiempo que está demasiado mayor para organizar saraos. Hoy no es el día de la madre, en realidad todos los días son suyos. Por eso quiero decirle:
Felicidades, madre. Y gracias por enseñarme a cimentar.

Me identifico, en mi condición de hombre, con esta buena hija que sabe valorar lo que es una madre, porque realmente es así. Para todas ellas, estas estrofas de una buena hija que se atrevió a cantar a la madre de su alma:
Ser madre...

Ser madre es retomar la esencia de la vida.
Es ver pasar tu vida en un instante.
Es estar doblemente llena de vida.
Es abrazar la ternura.

Ser madre es entender sin palabras la inocencia.
Es tener barro fresco en tus manos.
Es la dicha de poder dar lo mejor de ti.

Ser madre es mirar a los ojos a Dios.
Es estar más completa que nunca.
Es sentir la alegría más intensa.
Ser madre es poder tocar el cielo.
Es alimentar la esperanza.

Ser madre es el papel más bello.
Es la conquista más plena.
Es lo inimaginable hecho realidad.

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