Importancia de los valores en la construcción de un matrimonio

Cada persona, a lo largo de su vida, y de acuerdo a los mensajes recibidos y asimilados, crea una lista de valores que constituyen, por así decirlo, “su tesoro.” Esta lista le sirve de parámetro para juzgar si algo le agrada, si va con él o con ella, o por el contrario, si le disgusta, le desagrada o le ofende. De ahí la importancia que los valores tienen para la relación de una pareja: si las dos listas o códigos de valores coinciden, la armonía y el bienestar estarán en gran medida garantizados; será fácil llegar a acuerdos sobre los objetivos en el manejo del dinero, la crianza de los hijos, la distribución de los oficios, etc. En fin, les resultará bastante fácil crear planes juntos y sobre todo diseñar un proyecto común de vida donde ninguno se sienta frustrado, limitado o forzado.

Para tener esta coincidencia en valores no se necesita ser de la misma religión ni del mismo país, pero ciertamente haber crecido en hogares con principios morales y espirituales similares favorece la coincidencia. Cuando en cambio son muchos más los valores en los cuales no se coincide, que aquellos que se tienen en común, es de esperarse que la relación sea, si no conflictiva, por lo menos muy difícil. (Dora Tobar)


El Papa Francisco habla de la belleza del matrimonio

El papa Francisco, en su exhortación apostólica Amoris Laetitia, hace un análisis sobre qué es y cómo debe ser un matrimonio. Así, recuerda que es una unión afectiva, espiritual y oblativa, pero que recoge en sí la ternura de la amistad y la pasión erótica, aunque es capaz de subsistir aun cuando los sentimientos y la pasión se debiliten.

Asimismo, precisa que “es una unión que tiene todas las características de una buena amistad: búsqueda del bien del otro, reciprocidad, intimidad, ternura, estabilidad, y una semejanza entre los amigos que se va construyendo con la vida compartida”. Pero –advierte– el matrimonio agrega a todo ello una exclusividad indisoluble, que se expresa en el proyecto estable de compartir y construir juntos toda la existencia.

“Un amor débil o enfermo, incapaz de aceptar el matrimonio como un desafío que requiere luchar, renacer, reinventarse y empezar siempre de nuevo hasta la muerte, no puede sostener un nivel alto de compromiso”, asegura Francisco.

Por otro lado, observa que “cuando la búsqueda del placer es obsesiva, nos encierra en una sola cosa y nos incapacita para encontrar otro tipo de satisfacciones. De este modo, el Santo Padre afirma que “la alegría matrimonial, que puede vivirse aun en medio del dolor, implica aceptar que el matrimonio es una necesaria combinación de gozos y de esfuerzos, de tensiones y de descanso, de sufrimientos y de liberaciones, de satisfacciones y de búsquedas, de molestias y de placeres, siempre en el camino de la amistad, que mueve a los esposos a cuidarse”.

También habla de los momentos difíciles en la pareja y de las crisis, y a propósito alienta recordando que “después de haber sufrido y luchado juntos, los cónyuges pueden experimentar que valió la pena, porque consiguieron algo bueno, aprendieron algo juntos, o porque pueden valorar más lo que tienen”.

Para ellos, añade que “el diálogo es una forma privilegiada e indispensable de vivir, expresar y madurar el amor en la vida matrimonial y familiar”.  

Muchas veces –indica el Santo Padre– uno de los cónyuges no necesita una solución a sus problemas, sino ser escuchado. Por esta razón, “es importante la capacidad de expresar lo que uno siente sin lastimar; utilizar un lenguaje y un modo de hablar que pueda ser más fácilmente aceptado o tolerado por el otro, aunque el contenido sea exigente; plantear los propios reclamos pero sin descargar la ira como forma de venganza, y evitar un lenguaje moralizante que sólo busque agredir, ironizar, culpar, herir”.

El Papa también recuerda que el amor de los esposos es apasionado. De este modo, explica que “se puede hacer un hermoso camino con las pasiones, lo cual significa orientarlas cada vez más en un proyecto de auto donación y de plena realización de sí mismo, que enriquece las relaciones interpersonales en el seno familiar”.

De ahí, que el Pontífice asegura que “la sexualidad no es un recurso para gratificar o entretener, ya que es un lenguaje interpersonal donde el otro es tomado en serio, con su sagrado e inviolable valor”.  De ninguna manera –advierte– podemos entender la dimensión erótica del amor como un mal permitido o como un peso a tolerar por el bien de la familia, sino como don de Dios que embellece el encuentro de los esposos.  

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