EPIDEMIAS Y VIDA RELIGIOSA

Indudablemente los acontecimientos negativos, los que nos hacen sufrir, afectan a la vida religiosa de las personas. Unas veces para bien, porque nos hacen reflexionar sobre lo débil que somos y nos acercan a la oración, y otras veces nos hacen pensar que, si Dios envía, o permite el mal que nos hace sufrir no es tan bueno como pensamos. Incluso algunos llegan a negar su existencia. Somos así de duros a la hora de juzgar. En lugar de preguntarnos el “para qué” del dolor, nos interrogamos con mal talante sobre “el por qué”.

            No terminamos de convencernos de que no somos perfectos, y que por mucho que hayamos progresado en todo, y hayamos llegado a la luna y más allá, un simple microbio, que apenas se puede ver por el microscopio, es capaz de paralizar el mundo y causarnos la muerte inesperada.

            Rodney Stark, en su libro titulado “La expansión del cristianismo”, habla de las grandes pandemias que diezmaron la humanidad, y que afectaron positivamente a la vida de fe, en la mayor parte de los casos. En el año 165m, durante el reinado de Marco Aurelio, una devastadora epidemia barrió el Imperio romano. Al parecer la primera aparición de la viruela en Occidente. Fue una enfermedad letal. Quince años duró la epidemia, y un tercio o un cuarto de la población murió, incluido el mismo Marco Aurelio en el año 180.

            En el año 251 una nueva epidemia asoló el imperio, que golpeó tanto a zonas urbanas como rurales. Esta vez se trataba del sarampión. Esto afectó seriamente a la población el Imperio, de tal manera que provocó su decadencia. Algunos historiadores achacan estos males a ciertas políticas y sobre todo a la degradación moral de la población. Los autores comentan que lo único que afectó gravemente al poderío militar no fueron otras fuerzas enemigas, sino las mismas epidemias devastadoras.

                ¿Cómo afectaron estas situaciones a la vivencia de la religión? Los historiadores cristianos de la época: Padres Cipriano de Cartago, Dionisio de Alejandría y Eusebio de Cesárea afirman que estos graves episodios sanitarios co0ntribuyeron muy positivamente a la propagación del cristianismo. El pueblo sintió la necesidad de acercarse a Dios siguiendo el camino de Cristo que padeció la pasión y muerte.

San Cipriano afirma que las epidemias empantanaron   las capacidades explicativas y consolatorias del paganismo y la filosofía griega. Por el contrario, el cristianismo ofreció una explicación más satisfactoria, y ofreció una visión más esperanzadora y más entusiasta del futuro.

            Dionisio, obispo de Alejandría, afirma que los valores cristianos del amor y la caridad se tradujeron desde los inicios en normas de servicio social y de solidaridad comunitaria. Cuando llegaron los desastres los cristianos estaban más preparados para hacerles frente. El cristianismo fue creciendo con el paso de cada desastre y epidemias. Incluso se dio el dato de que en la población cristiana hubo menos bajas que en el resto. Y esto llamó la atención positivamente. Casi veían esto los paganos como un milagro, y aumentaron las conversiones.

            Loa paganos vieron que sus lazos familiares habían quedado diezmados debido a las epidemias.

La pandemia del miedo

         El famoso virus sigue paseándose por nuestras calles y plazas. Son poco los atrevidos que se lanza a la aventura de salir al aire libre a ver que pasa. Algunos no aguantan tanto tiempo en clausura forzosa. Lo comprendo porque no tienen esa vocación. Y nadie sabe lo que va a pasar, y hasta cuando nos tendrá en vilo el enemigo.

         Siento especialmente el caso de los ancianos que mueren y no han podido tener el consuelo de una familiar que les diera un beso en la frente. En esta nuestra página hemos leído los testimonios de varios sacerdotes que han perdido estos días a sus padres. Tuvieron que llorar su ausencia desde lejos. Es terrible.

         Nos cuenta Elisabetta Piqué en “La Nación”: ROMA.- Se habla de aislamiento, del bloqueo casi total, de las restricciones extremas, de las colas en los supermercados, de la vida que cambió y que nunca será como antes. Del sistema sanitario al borde del colapso , del número de muertos por coronavirus que crece en forma exponencial , hoy trepó a 1441 (175 más que ayer), con un total de 21.157 casos en Italia, y también se habla de la hecatombe económica de la que nadie sabe cómo se levantará Italia .

Pero pocos hablan de los muertos, tan solo números, y del dolor que viven sus familiares. Familiares que de repente vieron desaparecer a su padre, madre, abuelo, tío, hermano en una ambulancia y que nunca más pudieron volver a ver. Y que son conscientes de que sus seres queridos murieron en soledad, sin nadie -una mujer, un hijo, un hermano, un sobrino-, que los tomara de la mano. Sin una caricia, sin una palabra de afecto, ni siquiera una mirada de amor desde el metro de distancia interpersonal obligatorio, porque está prohibido acompañar al hospital a quien resulta positivo o a quien es sospechoso de ser positivo.

"A mi papá, que tenía 80 años pero que estaba en perfecta forma, nunca le pude decir 'te quiero’. Lo vi salir de mi casa el viernes 28 de febrero en una camilla... Entonces para tranquilizarlo le dije que no fuera miedoso. Lo volví a ver en un cajón cerrado en el cementerio. Ni siquiera pudo tener un funeral", contó al diario La Stampa, Orietta S., que reflejó el desconsuelo que viven hoy muchísimas personas.

         Pues esta es la realidad. Pero no hay que perder la calma. Leemos en San Juan 16 este pasaje: “Viene la hora —de hecho, ha llegado ya— en que serán dispersados. Cada uno se irá a su propia casa y me dejarán solo”. Aun así, les asegura: “Les he dicho estas cosas para que tengan paz por medio de mí. En el mundo van a tener sufrimientos. Pero ¡sean valientes!, que yo he vencido al mundo” (Juan 16:30-33).



Juan García Inza

 

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