¿TIENE SENTIDO LA VIDA?


¿Tiene sentido sufrir?
Jueves, 20 de noviembre de 2008



(CAMINAYVEN.COM) - De cierta manera resulta positivo lo que sucede a nuestro alrededor, porque nos obliga a reflexionar más profundamente sobre el sentido de la vida humana. Hace pocas semanas nos ha estremecido a todos el caso de Hannah, la chica británica de 13 años que padece desde hace años una leucemia. A causa del tratamiento aplicado por los médicos, su corazón ha sufrido un daño irreparable, por tanto, requiere un trasplante de manera urgente. Tal vez por lo incurable de su enfermedad Hannah no quiere someterse a dicho procedimiento. Ha convencido a los médicos de lo absurdo que resulta sufrir la cirugía con las pocas expectativas de vida.

El hecho nuevamente pone sobre el tapete el tema de la eutanasia que dicho sea de paso no es fácil de entender debido a su ambivalencia. Por un lado encontramos la urgencia de defender la vida humana, que es digna de vivir hasta el último momento y por otro, lo duro que resulta el sufrimiento humano llevado a límites intolerables. La vida humana sufriente se debate entre dos extremos, el encarnecimiento terapéutico y la eutanasia. Juntos son igual de inaceptables, por una parte no se puede prolongar la vida humana que por sus circunstancias médicas se hace insostenible naturalmente, sólo por el orgullo médico que tiene pretensiones divinas y por otra parte no se puede aceptar que, por evitar un sufrimiento racional, se cause la muerte de un ser humano (aunque él mismo lo pida), disfrazando el hecho de la más fina compasión.

¿Cómo se puede vivir el sufrimiento? ¿Vale la pena vivir la vida en medio de la enfermedad? ¿Conduce a alguna parte la búsqueda de sentido del sufrimiento? ¿Por qué sufrimos? No es nuestra intención hacer un tratado que de respuestas acertadas a todos estos interrogantes. Deseamos que nuestros lectores se cuestionen y encuentren en la fe una respuesta adecuada que les ayude a afrontar el bombardeo ideológico de los medios de comunicación.

En 1984 Juan Pablo II publicó una bellísima Carta Apostólica llamada Salvifici doloris (el dolor que salva), sobre el sentido cristiano del sufrimiento humano, como es obvio, recomendamos su lectura, les dará criterios de discernimiento sobre el tema. En los primero párrafos el Papa afirma que encontrar un sentido al sufrimiento se convierte en un descubrimiento que produce alegría. La misma palabra “descubrimiento” pone al hombre sufriente en movimiento. Lo primero que se pierde cuando se sufre es el sentido de la propia vida y se busca la salida más fácil y rápida de esa situación indeseable. Buscar un sentido al dolor es un trabajo que implica movimiento. Descubrir el sentido del sufrimiento involucra necesariamente un encuentro con Cristo crucificado, es Él quien ofrece al hombre el valor salvífico de todo sufrimiento. Ahora se puede entender porque el hombre que no descubra a Cristo no puede afrontar el sufrimiento, porque está incapacitado de vivir cualquier realidad que no tenga sentido, lo absurdo del sufrimiento oscurece la razón humana hasta el grado de desear morir, su vida ha perdido sentido.

La Carta Apostólica continúa diciendo que tal descubrimiento (el sentido del sufrimiento) produce alegría. Resulta desconcertante tal afirmación para un lector desprevenido. Pero si el dolor produce tristeza, angustia, desesperación, ¿cómo es que puede producir alegría? Pues sí. Descubrir el sentido profundo del sufrimiento produce alegría debido a que él se encuentra a Dios. Los que han tenido la valentía de bucear en estas gélidas aguas han encontrado un tesoro inagotable de felicidad, porque han hallado el sentido de la vida, diseñada para descansar en Dios. Pero se requiere valentía para emprender esta búsqueda.

Finalmente, en otro texto del mismo autor que comentamos encontramos una frase impactante: “el limite del mal es el bien”. En sentido estricto el sufrimiento y el dolor es un mal a evitar. Dios no quiere que sus hijos sufran ni mueran, dirá la Escritura “…le duele a Dios la muerte de sus fieles”. Dios es un Padre amoroso que desea nuestra felicidad, el sufrimiento, por tanto no es algo deseado por Él. Ese mal tiene un límite y es el bien del amor de Dios manifestado en Cristo crucificado, quien se entregó por los hombres para dar un sentido salvífico a su dolor. Un reto se plantea para todo hombre que sufre descubrir a Cristo en la cruz de la enfermedad y del dolor físico y moral. Él se deja encontrar al que lo desea con sinceridad de corazón y después de encontrarlo en medio de la estupidez de la cruz el corazón exclama con Job “antes te conocía de oídas, ahora te han visto mis ojos”.

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